Hace cinco años, Olivier Choppin de Janvry, subastador de la firma
Villanfray et Associés, y Marc Ottavi, perito de arte, acudieron al
número 2 de la Square la Bruyere, en el distrito IX de París, para efectuar el inventario encargado por un juez, que gestionaba la herencia
dejada por una anciana de 91 años que acababa de morir en un asilo del
sur de Francia. Ninguno de los dos ha olvidado aquella mañana.
La llave no se correspondía con la cerradura del portal y hubo
que esperar a que un vecino entrara en el inmueble para subir al tercer
piso, donde se encontraba el piso de la difunta. Ahí la llave sí
que correspondía. "La puerta se abrió chirriando, las persianas estaban
corridas, había poca luz, pero todo era gris; las paredes, las
alfombras, los muebles, las lámparas y la vajilla: el polvo del tiempo
había borrado los colores de origen", explica Ottavi. "Sobre la mesa
había algunos ornamentos, una copa, un frasco de compota, una bandeja" y
al tomar uno de aquellos objetos me di cuenta de que el mantel era
amarillo", recuerda el experto. Todo el mobiliario era del XIX: el
comedor con su aparador, las butacas, los adornos, los cuadros, algunos
muebles de apoyo repletos de revistas. "El tiempo parecía detenido en aquel decorado del siglo XIX, como
si el propietario hubiera cerrado la puerta del apartamento por la
mañana para regresar por la tarde, pero se hubiera ausentado para
siempre". Eso era precisamente lo que había ocurrido.
El subastador logró abrirse paso en medio de aquel misterioso y
recargado microcosmos, para abrir un balcón y plegar media persiana. Fue
entonces cuando apareció ante Ottavi el cuadro de una mujer joven y
bella, con el pelo recogido, un collar de perlas al cuello y ataviada
con un atrevido vestido rosa. Una obra maestra no firmada de Giovanni
Boldini, el retratista de finales del XIX que había pintado al tout-Paris de la belle époque. ¿Quién era aquella mujer?
Cinco años después, una joven escritora novel de San Diego
(California), Michelle Gable, ha abordado literariamente este novelesco
asunto que la prensa francesa destapó someramente en febrero del 2014:
"El apartamento olvidado", se titula su novela, que acaba de aparecer en
Francia en las Editions des Falaises de Rouen. El año pasado, cuando
este caso se conoció, el cuadro de Boldini, valorado en unos 800.000
euros, ya se había vendido en Sotheby's por 2,1 millones, un precio
récord. La mujer tan delicadamente expuesta era Marthe de Florian
(1864-1939), una demi-mondaine parisina retratada a los 24 años.
"En París hasta las prostitutas son sofisticadas", dice Gable, de 35
años. La ciudad que respeta hasta a sus mendigos dignificó a sus
prostitutas. En medio de la sórdida lucha por la supervivencia de los
pobres, la lengua francesa creó denominaciones que reflejan un espíritu
más abierto y generoso que el habitual desdén burgués. A quienes hacían
las aceras se les llamaba filles soumises, por encima de ellas estaban las grisettes, frecuentemente jóvenes modistillas que se sacaban un sobresueldo, más arriba estaban las lorettes, y en la cumbre de las cocottes, las demi-mondaines. "Eran conocidas por su extravagante estilo de vida sostenido por
amantes tan conocidos como adinerados, su vestuario era envidiado hasta
por las mujeres más ricas, que al fin y al cabo sólo tenían un marido
para financiarles los atuendos, mientras que ellas tenían varios",
explica la autora. Reputadas por su amor a la bebida, el juego, la droga
y los vestidos más caros, su estatus social las mantenía en una cierta
marginalidad, explica Gable.
Por la alcoba de Marthe de Florian, cuyo verdadero nombre era
Mathilde Beaugiron, pasaron muchas celebridades. Probablemente el propio
pintor Boldini, cuya galante tarjeta de visita se encontró en el piso,
así como la plana mayor de la III República: el presidente de la
Asamblea, Paul Deschanel; el de la República, Raymond Poincaré; e
incluso el Tigre, Georges Clemenceau, jefe de Gobierno y padre de
la patria de primera división. Se desconoce si Clemenceau hizo honor a
su apodo en la alcoba de la mujer fatal, pero en los cajones de las
cómodas aparecieron sus cartas atadas con un lazo de color rosa (las de
Poincaré, en azul). En aquella época París presentaba una concentración de talentos
por metro cuadrado jamás igualado por otra ciudad. Alrededor del piso
olvidado, en pleno barrio de La Nouvelle Athenes, vivían
Delacroix, Dumas, Victor Hugo, Pissarro, Gauguin, Vernet... Enfrente del
piso, en la rue Pigalle, residieron Georges Sand y Chopin.
Lo que quedaba de todo aquel espíritu no se sintió bien con la
llegada de los soldados alemanes en 1940. Marthe, que se acabó casando
con un comerciante, había muerto un año antes. Su nieta, Solange
Beaugiron, tenía 21 años cuando cerró la puerta del piso para irse al
sur de Francia. Setenta años después, ella era la anciana que fallecía
en un asilo. Durante décadas pagó las tasas de mantenimiento de aquel
piso olvidado, anclado en la belle époque, hasta que los peritos
rompieron su sello con una llave que chirriaba.
Autor: Michelle Gable
Editorial: Thomas Dunne Books
ISBN: 978.125.006.777.7
Mi valoración: 4 lápices.
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